El poder ‘gigantesco’ de las industrias cárnica y láctea bloquea el acceso de las alternativas ecológicas –imitaciones de carne y productos lácteos basadas en vegetales- según un estudio universitario realizado en Estados Unidos y la Unión Europea.
Los ganaderos europeos recibieron 1.200 veces más fondos públicos que los emprendimientos de sustitutos de carne de origen vegetal o carne cultivada. En Estados Unidos, los ganaderos obtuvieron 800 veces más financiación pública. El trabajo de dos investigadores de la universidad estadounidense de Stanford analizó las políticas agrícolas de EEUU y la UE entre 2014 y 2020. Fue publicado por la revista One Earth y recogido por el diario inglés The Guardian.
La cantidad de dinero público gastado en alternativas vegetales –que representa el 1,5% de las ventas del sector- fue de US$ 42 millones, equivalente al 0,1% de los US$ 43 mil millones destinados a carne y lácteos. En la Unión Europea los ganaderos obtienen al menos el 50% de sus ingresos de subvenciones directas.
Para el gasto en investigación e innovación, el 97% se dirigió a ganaderos, y casi todos estos fondos se destinaron a mejorar la producción.
Con respecto al lobby de la industria, el dinero gastado en presionar al gobierno de EEUU por parte de los productores de carne fue 190 veces superior al utilizado para promover las alternativas vegetales. Y tres veces mayor en la Unión Europea.
También encontraron que casi todas las pautas dietéticas evitaban resaltar el impacto ambiental de la producción de carne y prohibieron productos alternativos utilizando términos como «leche».
Los investigadores Eric Lambin y Simona Vallone concluyeron que “poderosos intereses ejercieron su influencia política para mantener el sistema sin cambios y obstruir la competencia creada por las innovaciones tecnológicas”.
«No hay igualdad de condiciones en este momento», dijo Lambin. “Es necesario darle al nuevo sector la oportunidad de expandirse y ganar eficiencia. Después de eso, los consumidores juzgarán si les gusta o no, y los científicos juzgarán si realmente es mejor para el medio ambiente y la salud. Pero si ni siquiera puede desarrollarse a una escala en la que podamos hacer esta evaluación, será una oportunidad perdida para la transición a un sistema alimentario sostenible”.