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Montevideo
abril 25, 2024

La gráfica que no queremos ver

Por Eduardo Blasina

La ganadería enfrenta cuestionamientos, algunos infundados, otros pertinentes. Mientras, como producto, gracias a la irrupción de China está en su mejor momento, el calentamiento global y una interminable sucesión de desastres meteorológicos llevarán a que esos cuestionamientos sean cada vez mayores. Es inevitable. Podemos pensar que hoy es solo una preocupación de los europeos. Eso es dudoso. Canadá tiene a su principal provincia ganadera recuperándose de incendios devastadores este mismo mes.  Y perdió sus cultivos de invierno hace dos años por una ola de calor, mientras aquí festejamos la canola a US$ 800 por tonelada.

¿Podemos pensar que EEUU no tomará esto en cuenta? ¿O que no lo harán Japón o Corea del Sur?

La curva del metano crece más velozmente que la de CO2 y la de N20, los otros dos grandes protagonistas del origen del calentamiento antropogénico.

Cuando estos países reclamen una baja en las emisiones ¿qué les diremos?

Pareciera a veces que queremos creer que en China no están informados, o que esto no les importará con tal de consumir carne que tenga la huella que tenga. Es a mi entender una estrategia arriesgada.

Una mejor estrategia es la de apostar a dos aspectos bien simples: optimizar la captura de carbono en los suelos y minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero. En forma gradual, persistente, a la velocidad que la investigación pueda y los productores logren implementar. Buscando los premios por esa tarea: carne libre de deforestación y aún más, que suma árboles a los sistemas productivos.

Por otra parte, muchas veces se escucha una verdad a medias: que el metano calienta 30 veces más que el co2. La verdad es que kilo a kilo, calienta 80 veces más. Si es cierto que la molécula se rompe a los 10 a 12 años y forma CO2 y que internacionalmente la equivalencia es de 30 a 1, igual es muchísimo. Con el agregado de que los meteorólogos imploran que frenemos el ascenso de las curvas antes de los 10 años.

Desde muchos ámbitos de la ganadería uruguaya se prefiere mirar para otro lado. No decir explícitamente que en Uruguay no se deforesta un metro cuadrado. No acelerar en investigación y desarrollo sobre cómo bajar las emisiones de metano, salvo muy honrosas excepciones que deberían generalizarse.

Es química, no es política. Pero a veces la politización resulta útil para demorar en hacer las tareas que debemos hacer y nos desenfocan del blanco que deberíamos buscar: Mostrar y demostrar al mundo que la carne uruguaya es la mejor del mundo no solo por su sabor y terneza sino también por la forma en que se produce y por su comprensión de la gravedad de los problemas ambientales y la seriedad con que se busca mitigarlos.

Mientras, tal vez esa gráfica ayude a cambiar el discurso autocomplaciente que en el mediano plazo será insostenible, porque el calor ahora que la Niña se ha ido, se hará cada vez menos soportable.

Reducir emisiones, optimizar capturas, no hay otro camino para apagar el horno en el que estamos.

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